Una experiencia de Educación Especial en el ámbito de escuelas rurales
Silvana D. Medina
Servicio de Educación Especial Rural – San Martín de los Andes
PRELIMINARES
Mi experiencia en el Equipo de Educación Especial Rural y en comunidades mapuches de Junín de los Andes, Neuquén, comenzó allá por septiembre de 2014.
Hacía unos siete meses que había llegado al sur con mi familia en busca de mejores horizontes y oportunidades laborales. De profesión psicopedagoga, comencé a investigar cómo insertarme laboral y profesionalmente.
Alguien me dio el dato de que en el campo hacía falta una psicopedagoga. Yo pensé: “¿en el campo?” El único “campo” que conocía era aquel de las afueras de la ciudad de Berisso, cerca de donde había nacido, crecido y estudiado.
Comencé a conectarme con personas que habían trabajado en el Equipo de Educación Especial Rural, desde donde se ofrecía el cargo de psicopedagoga. Poco a poco fue ganándome el entusiasmo, imaginando cómo sería mi trabajo, cómo podría aportar desde mi lugar y conocimientos. Lo que más me intrigaba era cómo se daría la relación entre discapacidad, zona rural y comunidades mapuches.
Logré obtener el cargo en el SEER (así se llama, “Servicio de Educación Especial Rural”) y comencé a viajar a las escuelas de la zona rural, desde San Martín de los Andes (Neuquén), junto con otras compañeras.
MOVIMIENTOS “TELÚRICOS/TEÓRICOS"
El equipo está compuesto por tres cargos técnicos (fonoaudióloga, trabajadora social y psicopedagoga) y (en ese momento), por tres cargos de maestras integradoras. La distribución de los cargos (y de los acompañamientos), se realizaba (y se realiza), por circuitos: es decir, las escuelas se encuentran “imaginariamente” agrupadas en circuitos, debido a su cercanía geográfica. En algunos casos, bastante relativa esa cercanía…
Más dudas que certezas
A medida que me iba sumergiendo en estas riquísimas y desafiantes experiencias de integración/inclusión, se me iban presentando muchas dudas, preguntas… Comenzaban a tambalear dentro de mí unas cuantas estructuras teóricas y conceptuales.
Aún hoy, luego de casi tres años de recorrer más de diez escuelas rurales, entre los niveles primarios y medio, siguen habiendo réplicas de esos movimientos “telúricos/teóricos”, como si el volcán Lanín hubiera despertado dentro de mí después de un largo sueño. Los culpables (a los que agradezco) de esos sismos internos fueron los niños y niñas de las escuelas, los y las docentes, las familias, las comunidades.
Las prácticas y las intervenciones empezaron a sembrar más dudas que certezas: los y las alumnas con discapacidad concurrían a las “escuelas comunes” y nosotras “le llevábamos” la escuela especial a su comunidad, situación totalmente distinta a la vivida en la ciudad:
¿Qué concepción de discapacidad era la que circulaba por esas comunidades?
¿Cómo interactuaban y convivían ambas culturas?
¿Cómo recibían las familias a un servicio que no habían solicitado?
Las rectas fueron suavizándose y convirtiéndose en curvas, tomando formas de cerros, caminos, ríos y árboles.
El aprendizaje comenzó a salir de la escuela…las visitas a las familias fueron verdaderas revelaciones:
¿Cómo un niño o niña permanecería sentado escribiendo en el pupitre si la mesa de su casa no se encontraba en el centro de la arquitectura del hogar?
¿Cómo encerrar los ojos de un niño o una niña en una hoja de cuaderno, cuando aquellos se llenaban con la inmensidad del paisaje?
¿Cómo comenzar a ver como habilidades de los niños y niñas (a desplegar en la escuela), la clasificación de los caballos según su pelaje y sus manchas?
¿Cómo introducirlos al mundo escrito si su cultura era tradicionalmente oral?
Choque de mundos
Comenzamos a trabajar sobre propuestas curriculares específicas para cada uno/a de nuestros/as estudiantes, de acuerdo con sus intereses, sus motivaciones; pero también su realidad familiar y comunitaria. Entonces, siendo totalmente conscientes de que somos emisarios de una cultura, se nos impuso la necesidad de pensar colectivamente nuestras prácticas, junto con los/as demás docentes. El desafío era ampliar la mirada, llenándonos nosotros/as también de lo inconmensurable de todo lo que nos rodeaba, estar en sintonía con los ciclos de la naturaleza, preguntándonos cómo esos niños y esas niñas construyen sus conocimientos, tomando lo que traen de sus hogares, respetando sus creencias… Cuestiones que deberían aparecer en el sur pero también en el norte y en todas las escuelas de nuestro país.
En ese camino, se llevaron a cabo proyectos que nos convocaban para hablar no sólo de nuestras prácticas cotidianas sino también que tenían como objetivo romper con estereotipos relacionados a la temática de la discapacidad: de esta manera nació una capacitación llamada “Inclusión, cuerpo y pedagogía”, que junto con una compañera llevamos a cada escuela que nos invitaba a pensar.
También realizamos talleres en las escuelas, con los niños y niñas, donde hablamos de discapacidad, de diversidad funcional, de cuáles eran las imágenes que estaban directamente relacionadas con las personas con discapacidad y nos encontramos con varias sorpresas:
La consigna era formar grupos por afinidad. Luego, se les entregaban imágenes de personas (con y sin discapacidad) y ellos debían agruparlas según su propio criterio (sin colaboración de los adultos). El propósito que nos guiaba era dar respuestas a dos interrogantes básicos:
¿Qué capacidades estaban relacionadas con la ausencia de discapacidad?
¿Cuáles eran las referencias que llevaban a los/las niños/as a clasificar a las personas?
Obviamente, el objetivo no era “clasificar” personas sino vislumbrar qué había detrás de las creencias relacionadas con la discapacidad. Para ilustrar el trabajo, selecciono dos respuestas sorprendentes:
Los niños y niñas colocaban las imágenes de personas ancianas dentro del grupo de “personas con discapacidad”. La explicación era: “necesitan ayuda” y aprovechaban la ocasión para comentar que en sus casas vivían abuelos o tíos muy viejitos y que sus padres debían ayudarlos.
Otra situación que nos llamó la atención y nos sorprendió fue que la imagen de un joven con Síndrome de Down (que se encontraba repetida, donde aparecía con un gorro de natación en la cabeza y usaba anteojos), la colocaron a su vez en ambos grupos (personas con discapacidad y sin discapacidad). La justificación de este hecho (aparentemente contradictorio, para nosotros los adultos), fue: “está en el grupo de personas con discapacidad porque usa anteojos y está en el grupo de personas sin discapacidad porque está por tirarse a una pileta y se nota que sabe nadar”.
Nosotros sin palabras…
En este taller también nos filmamos todos y todas (desde los auxiliares de la escuela, directora, docentes, alumnos/as, nosotras), contando qué nos resultaba fácil hacer y qué cosas nos resultaban difíciles y les aclaramos que no se trataba de contar qué nos gustaba y qué no nos gustaba hacer: algunos/as decían “lavar los platos, las matemáticas, subirse a un caballo, levantarse temprano”.
Luego de unos días proyectamos videos de personas con discapacidad haciendo cosas: deportistas, bailarines, políticos.
Y entre todos y todas llegamos a la conclusión de que la “aparente” falta de capacidad (casi siempre física y, por lo tanto, visible) no hace a una persona clasificable en con y sin discapacidad sino que hay barreras (de tipo material y simbólica), que “discapacitan” a las personas y, a su vez, deberemos comenzar a hablar de diversidad funcional y de personas segregadas por su diversidad funcional, que tienen autonomía moral para decidir sobre sus vidas.
Todo un reto el de romper con mitos y creencias tan arraigadas.
¿Y en la escuela? Son vagos, brutos, “mentos”, locos… y a veces es mejor pasar por loco que por tonto. Eso le pasó a un jovencito de un paraje bellísimo, con dificultades para alfabetizarse, apasionado de los caballos y con algunos episodios de encopresis, gritos por las noches y problemas de conducta. Cuando se encontró con un maestro que pudo verlo desde otro lugar, el jovencito cambió su actitud hacia el aprendizaje y todo lo que esto implica: su relación con su cuaderno, sus compañeros, la escritura y la lectura.
SUBVERTIR LA MIRADA
Alojar…dar lugar… a ese otro/a diferente que se planta delante de mí y me devuelve una imagen incompleta de mí mismo/a, me muestra que no lo sé todo, se me presenta como un desafío difícil de abordar, de encerrar en categorías…se me escapa…fluye…APRENDE a pesar de mí.
Todos estos recorridos fueron y son tan fuertes para mí que estos mismos pensamientos los llevé a plasmarse en un programa de radio, “casualmente” llamado La Otra Realidad: allí con una compañera abordamos la temática de la discapacidad y la inclusión, ampliándola a lo social (y no solo escolar), dándole voz a los/as protagonistas, a aquellas organizaciones que trabajan para hacer valer los derechos del colectivo de las personas con discapacidad. En una de las secciones del programa, presentamos alguna noticia que habla de la discapacidad y analizamos (con lupa), el discurso. Los medios también son responsables del tratamiento discursivo de la temática y, de alguna manera, construyen opinión. La idea es estar alertas y no ser ingenuos al leer por ahí alguno que otro artículo.
Experiencia gratificante.
Viaje del cual una no regresa de la misma manera.
Perder el miedo.
Abrirse a lo inesperado.
Dejarse llevar.
Nada es absoluto.
Todo puede cambiar.
Ser flexible en ese camino.
Parar para pensar.
Fluir y dejar fluir.
Inspirar a otros/as.
Apasionarse.
Amar lo que una hace…
Creo que aún tengo cicatrices de ese choque de mundos.
Las llevo orgullosa, militando por los derechos de las personas con discapacidad.