Abrir la danza






















Hay jornadas que nos permiten asomar en la fisura de lo cotidiano, cuando la variable inesperada hace su entrada. Que nos guste o no, es otro cuento. Así, una tarde noche, en Neuquén, una muestra anual de danzas pudo contribuir al factor sorpresa en la vida de la concurrencia.


Ella presiona los dientes, pregunta una vez más por el orden de entrada, los nervios crecen frente a este cambio que se plantearon como grupo. Van a trabajar en un escenario convencional. La muestra en un teatro obliga a otra disposición de los cuerpos. Dejar la intervención, la escultura del espacio entre transeúntes sorprendidos y ponerse enfrente, distanciarse. Es un desafío para su intención comunicadora.


El primero en salir improvisa su aparición por el corredor, estableciendo el contacto inicial con el público con la pericia ganada en la dedicación. Esa fue una negociación: la entrada se realizará desde la concurrencia, nadar en la calidez de la humanidad hasta arribar a la nave del escenario. Danza unos minutos, mira, avanza, luego represa sus gestos hasta detenerse en ese pasillo-mar a la espera de otros cuerpos que vendrán a completar la imagen.


Un flujo de humanidades danzantes, va convocando la atención en un punto y otro del salón con cada aparición. Él necesita la seña que le indica su turno de avanzar. Con movimientos de un extremo adentro vuelca hacia afuera una improvisación auténtica, salida desde lo físico, que una vez pasado el cuerpo del último compañero se congela completando el paisaje que ya forman los cuatro que le precedieron.


Da un impulso a su silla de ruedas calculando el tiempo en que las manos quedan liberadas de esa tarea para acariciar en el aire los trazos de su coreografía. Juega provocadora hasta componer la escena.


En ese juego de movimiento y pausas siete personas llegan y ocupan el escenario.


Aquí se produce el gran encuentro, es en este tiempo espacio donde confluyen los intérpretes y el observador, ambos interactúan y conforman la obra. Una conversación entre sí con sus cuerpos y con el público diciendo cosas que no siempre queremos oír, contándonos historias de columnas como caracoles, de cicatrices a la vista, de diversas lógicas y formas de entender el mundo; y lo hacen poniendo a estos cuerpos y mentes que ocupan cotidianamente el lugar de la falta, en plano de igualdad con aquellos legitimados para la danza. Esto se sabe plantear con fuerza a través de una coreografía sin la estructura del movimiento sincronizado, con momentos interesantes que se logran precisamente en la asimetría, con pausas tensas que invitan al diálogo, formulan interrogantes y enriquecen el planteo.


“Durante los años setenta”- relata Alito Alessi, creador junto a Karen Nelson, del método DanceAbility- “se hablaba de una danza para todos, pero no era más que un discurso”. De la necesidad de hacer realidad esos argumentos nace la Danza Inclusiva, abrazada por grupos que comienzan a investigar dentro del “Contact Improvisation” y a partir de este, casi una década después, elaboran una metodología específica de trabajo en la que ninguna persona participante quedara aislada. Asimismo traslada el foco de la técnica o el dramatismo de las corrientes de danza contemporánea a las sensaciones internas. Permite que todos los cuerpos se expresen en su individualidad pero pone énfasis en la relación con los otros y con el espacio, con quienes al improvisar, se teje una red comunicacional que es medio y mensaje a la vez. Ideas que van puliendo y materializando también el activista Bruce Curtis y Alan Ptashek junto a colaboradores cuyos nombres hoy resuenan menos pero fueron parte de la construcción que estos maestros difundieron por América Latina provocando un cambio en la forma de entender la danza, tanto en los artistas como en el público.


Desde su lugar en el público, revisa el programa como si pudiera salvarlo de la incomodidad u ofrecerle una respuesta, una forma de no mirar del todo y encontrar un diagnóstico que ponga razón a lo que sucede: ¿dice al lado de cada nombre síndrome de Down, espina bífida, alzhéimer…? Y al lado de los otros nombres ¿qué debería decir?


Llora emocionada durante ese traslado grupal que semeja un exótico cardumen. Se arrima a la escena llenando de bendiciones a la que supone (porque su talle responde a los estándares) es la profesora. Se equivoca. Cree ver a un adulto completo ayudando a otros seres incompletos a realizar una tarea que no les está destinada, porque es para otros cuerpos, para otras formas de leer el mundo.


El desconcierto vira furor, los nudillos blancos de apretar la butaca de enfrente, espanto de pensar que alguien puede usar así a esa pobre gente ¡Qué manera de aprovecharse! Esos cuerpos incómodos, cuerpos ajenos, cuerpos menos, que hasta hoy le han resultado dignos de lástima, le ofenden al ser expuestos.

Molesta, incómoda, celebrada, disidente, la Danza Inclusiva como toda expresión artística es un acontecimiento que refleja a un individuo en una comunidad y en una cultura determinada, es una de las formas que ha tomado el movimiento de danza de personas con y sin discapacidad, una forma que prioriza el arte y la comunicación dejando de lado las propuestas terapéuticas y el énfasis en el virtuosismo técnico, creando una estética apartada de la colonización del ballet, la tiranía de las “condiciones” anatómicas y la cosificación del cuerpo diversamente funcional.


Las primeras experiencias en nuestro país, Uruguay y Brasil (más precisamente en Buenos Aires, Río de Janeiro y Montevideo) a principios de los ´90 forman un grupo de docentes que cultiva, alienta y comparte estas prácticas hacia regiones del interior promoviendo una danza que se abre a todas las formas, la creación de lenguajes nuevos a partir de la suma, la multiplicación y la potenciación de las diferencias; abriendo caminos a la investigación de nuevos movimientos, creando lenguajes para lo inasible, modificando paradigmas tanto individuales- las lógicas internas- como sociales- las construcciones culturales acerca del cuerpo “apto”- desenraizando los prejuicios que cada uno posee sobre los otros y sobre sí mismo.


Continúa el espectáculo…personas con y sin discapacidad moviéndose juntas en una estructura básica que permite la improvisación desde un trabajo de danza contemporánea que nos desconcierta. Un espectador que pudiera transformar la mirada colocándola en el presente re-conocería nuevos modos de construcción y comunicación, manifestando su discurso de valor por la diferencia. Podría valorar el hecho artístico en sí mismo.


Actualmente en Argentina es un movimiento con presencia constante y sistemática de actividades de en apenas cinco provincias, una de ellas, Neuquén, que ha ido fortaleciéndose sobre todo desde 2010 con el trabajo itinerante de formación que realiza “Andares” . Aun queda mucho recorrido para llegar al objetivo final que es, sin duda, la necesaria desaparición de la danza inclusiva con este nombre. Una vez asentadas las bases, irrumpido en los espacios, desobedecido las formas, las personas mas allá de su condición podrán elegir su actividad sin una convocatoria especial. Clases sin exclusiones, “para cualquiera y para cada uno” diríamos robándole a Skliar.


Claudia Gasparini