Tradición de domadores

Rafael Urretavizcaya

Junín de los Andes



En Huilqui Menuco, corazón de la comunidad Painefilú, durante varios años organizamos unos encuentros de a caballo. Nada extraordinario podría pensarse, pero espere. Estos encuentros eran de chicos, los chicos y las chicas eran los jinetes y protagonistas aunque los grandes venían de varios parajes, pero a mirar. Espere un poquito. Los jóvenes también venían a mirar hasta que no daban más, y se metían también a tropillar. A estos encuentros ecuestres asistían unas setenta montas, en ocasiones nos juntamos con caballadas de Costa del Malleo y de la Confluencia de los ríos Aluminé y Malleo, desde ahí también supieron llegar.

Gincana, tirada de riendas, cuadreras, sortija; relojearse los chicos con las chicas y viceversa es decir, todo como debe ser. La convocatoria salía por la radio de Junín de los Andes y por esto algunos llegaban de más lejos y al encontrarse con el espectáculo nadie rompía la magia. Nadie se atrevía. Y la magia era que esos caballos briosos, rebeldes y con buen apero, eran de palo.

El encuentro era de caballitos de palo.

Habíamos leído el cuento de Gustavo Roldán “Tradición de domadores”, y esta inspiración le daba cuerda al encuentro y era para lucirse y para reírse de la vida, con la vida, con los compañeritos y las compañeritas, con la familia. Rendía también para vencer la fresca, el viento de abajo, la mala suerte por la chiva extraviada y por la puntería que no llegaba todavía.

Éramos todos campeones. Tanto que se lo conté a Gustavo Roldán. Me encontré en una página una dirección de correo de su editorial y ahí nomás se lo dije. Con fe, la misma con que galopaban los gateados.

Quiso el destino que a los dos años pudiera ir a la feria del libro de Buenos Aires. En una mesa varios escritores presentaban sus libros. Último entre ellos, Gustavo Roldán era su propio cuento. Desde que dijo buenas tardes, todos los presentes sonreímos y nos sentimos convidados. Al terminar me acerqué y le referí lo del encuentro Martín Ezpeleta de Huilqui Menuco. Paró en seco. Estaba al tanto y me dijo que no le sorprendía para nada este asunto ya que de chico había sido un gran jinete en estas bestias de palo y me dijo también que el propio Martín Ezpeleta (lo recordó como un amigo de la infancia) “que vive en el exterior, está al tanto del encuentro y con mucho merecimiento según se atribuye”.

En ese cuento, tal vez recuerden, abuelo y padre son volteados por el pingo y en la caída se quiebran siete costillas. Cuando Martín Ezpeleta siente que ha jineteado al animal, se tira. En la caída se quiebra siete costillas también. ¿Por qué lo hiciste Martín Ezpeleta, si lo tenías dominado? Y el tipo, buen jinete pero mejor hijo y nieto le responde: “tradición de domadores”.

Claro, lo invité a Gustavo Roldán a Huilqui, me dijo que iba a venir ni bien pudiera. Y para mí que vino nomás. Me di cuenta después. Al recordar que mientras los jinetes comíamos un asado, uno que pasó por ahí se llevó los caballitos hasta el río, les dio de tomar y les dio forraje hasta que retozaron felices, hasta que el día brillo más.