Como me lo contaron te lo cuento

Ángela Daniela Fernández

Instituto de Formación Docente Nº 14 – Cutral Co



Érase una vez y mentira no es un hombre pegado a una nariz. A una nariz pegado avanzaba como podía, entre más penas que alegrías.

Érase una vez y mentira no es, un hombre que por su desdicha de narizón narizado, nadie marchaba a su lado. Un hombre sin compañía como sobrino sin tía, como mesa sin sillas, como boca sin risa. Dedos apuntándole lo burlaban hasta cansar, ojos lo miraban sin disimular: su nariz daba que hablar.

Pobre narizón narizado, como flotando en un armario, chocaba la ciudad hasta su oficina. Cuadrada como la rutina, desamparada como la neblina, silenciosa como las hormigas era la contaduría.

Entre más penas que alegrías atravesaba el pueblo y todo por delante caía. Muy bien no veía, su nariz se lo impedía: apenas avanzar conseguía. No se detenía.

Un hombre a su nariz pegado como flotando en un armario en un pueblo ordinario, avanzaba como podía, entre penas y no alegrías.

Érase una vez y mentira no es que pasó por una florería a buscar unas camelias y en la entrada tropezó con quien era su dueña. Ella mucho no veía, detrás de gruesos lentes pequeños ojos se descubrían.

No tardó él en examinarla como si fuera una melodía: lo hacía como podía, atrás de su nariz se escondía. “¡Qué linda que se veía!”

No tardó ella en olisquear como abeja sobre la flor: lo hacía como podía, su olfato en alas lo descubría. “¡Qué rico que olía!”

Érase una vez y mentira no es que dos siguieron advirtiéndose, prefiriéndose, divirtiéndose. Y chocándose, sobre todo, ¡chocándose!

El mundo afuera giraba y nada les importaba. Detrás de los vidrios, detrás de las flores, detrás de todo, crecía. Era amor, sí, y no de mentira.

Construyeron una cabaña entre gardenias y jilgueros, entre melisas y horneros, juntos: nunca se dividieron. No es que se escondieron, felices fueron: ¡así lo decidieron!

-¡Puede despeñarse el mundo, nosotros nos salvaremos!- le gritaban riendo al cielo, desafiando cualquier infierno.

Érase una vez y mentira no es que la casualidad a dos unió para salvarse, amarse, olerse, mirarse. Dos que felices durmieron, a la tristeza destruyeron y perdices comieron.

Y aquí se acaba este cuento, como me lo contaron te lo cuento.